Lucía la Vestal del Olimpo
 

Los dioses del Olimpo siempre le habían negado el amor de su Vestal morena. Porque los dioses eran celosos y no querían compartirla con un mortal.

Sin embargo él no cejaba en su empeño. Todos los días pedía su favor con ofrendas y sacrificios.

Los dioses envíaban a sus sirvientes a recibir esas ofrendas. No querían que el mortal se acercara.

Así que un día decidió raptarla y empezó a trazar un plan para acercarse a ella sin ser descubierto por los dioses. 

Ahí iba cual ovejita, de Mimosín, a buscarla.

Los dioses, que refulgían en su belleza, necesitaban las más limpias nubes que reflejarán su deidad.

Por eso nuestro plateo, Mimosín de Tracia, abrío con su engaño las puertas que ni el mismo Hércules había logrado forzar.

Y cuando llegó la vió,a lo lejos, sentada entre las columnas del Olimpo, entre Hera y Afrodita y pensó:

“Se la quito a Hera y me la llevo pá la era”

Estaba tejiendo una red con hilo de oro, de por lo menos cuarenta quilates.

No podría cargar con ella junto con todo su hilo de oro, tanto coser, además, la había hecho sedentaria y de tan sedentaria hermosa, pero no hermosa como Ariadna y sí hermosa de hermosura de carnes rebosantes de belleza griega.

Así que trazó un nuevo plan. Pensó en las trirremes guerreras de Lesbos, con esos muchachotes fornidos, para arrastrarla fuera del Olimpo. 

Así que con su maroma ató a su amada e impuso el ritmo de boga hasta que llegar a Bora Bora.

¿A dónde la llevaría que no se notara? ¿Al Oráculo de Delfos? ¿Una belleza entre tíos tan feos?

Noooo, pensó, ¡A Esparta! A que la defendiera el mejor ejército de Grecia... y allí la llevó.

La cólera de los dioses era descomunal, hicieron acopio de rayos y centellas para fulminar a Mimosín de Tracia y de paso al ejército espartano, que chillaba muy machote detrás de su formación en rombo cubierto por sus escudos “¡Aug, aug!”

Nunca se vió en Grecia batalla igual.

Los dioses, que por ser dioses no están acostumbrados a muchos esfuerzos, mandaron a los titanes, a semidioses y bestias. Los espartanos, con más tabletas de chocolate que una confitería belga, plantaban cara a guantada limpia.

Solo paró el combate cuando Zeus casi se salta un ojo al rebotar un rayo en un escudo espartano.

Así que nuestro plateo corrió a por su amada, pero... ¡Oh Hades! Su amada allí estaba junto al Minotauro de Creta afanada en probarle unas fundas de oro para sus cuernos, ignorando la lucha de su amado y ocupada en toda clase de bichos mitológicos que hacían cola cuál si fuera Carolina Herrera en un desfile de Paris. Probando trajes de cola a las sirenas, batas de cola a los Kraken, tejiendo en oro el Bellocinio y probándoselo al mismísimo Rey de Esparta.

“¡¡Oh mi amada!! ¡¡Os quiero para mí!!!”

A lo que ella contestó

“Coartas mi creatividad con tu egoísmo machista”

“Pero, pero...¡¡Si yo te quiero!! ¡¡Oh mi gordura!! Digo... ¡¡Oh mi hermosura!!”

Él sintió como su corazón se rompía en mil pedazos, golpeado por el desdén de su amada, atizado con el látigo de su indiferencia, torturado por la falta de amor de su hermosura.

Fue entonces cuando los dioses se dieron cuenta y, compadecidos, decidieron ayudar a Mimosín de Platea. Con un rayo, una nube y un jamón crearon una mujer para él, con unas piernas que eran una hermosura.

“La llamaremos Lucía”

La mandaron a los confines del mundo, porque los dioses tontos no son y una cosa es ayudar a un ladrón de doncellas y otra olvidar el agravio.

Y pusieron allí a Lusía “Anda, Lusía”

Y Mimosín pensó que era así como se llamaba aquella semidiosa regalo del Olimpio, así que desde entonces la llamó “Andalusía”

Y desde entonces así se conoce a la tierra de Mimosín de Platea, excepto para unos bárbaros muy finos que se instalaron más arriba de las montañas, esos la llamaron “Andalucía”

Y así siguió la historia hasta nuestro días. Aún puedes ver a las descendientes de Lusía, bellas entre las bellas, pasear entre sus tierras.

Y moralín amoratado este cuento se ha acabado 


 

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