LA BRUJA ENFADONA
 

¿Sabéis todo eso que se cuenta de príncipes, brujas y princesas?

Veréis os voy a contar una historia como príncipe sin corona ni reino, sin sangre real y sin porte regio.

Había una vez una bruja enfadona a la que le brillaban los ojos como ascuas y a la que se le arqueaba su boca como una culebra cuando la hacían enfadar

Ella,  bella como una princesa y guapa como un hada, era capaz de asustar a un dragón solo con el rechinar de sus dientes, de ella huían los ogros si apenas los miraba 

Era una bruja tan mala enfadada que a mí, encantado por su pelo y su cara (a pesar de su sombrero, su escoba y su traje negro) me gustaba mucho, que digo mucho, estaba enamorado de ella.

Y resultó que un día, me fui hacia su cueva y, protegiéndome yo con mi escudo, la llamé

“Oh dulce  doncella de inconmensurable belleza” (Es cursi, lo sé, pero soy un príncipe) y entonces, tras gritar tres o cuatro veces esto la bruja salió y empezó a lanzarme de todo...

 Y yo esquivando rayos, culebras, salamandras y las piedras que me lanzaba

Y fue cuando me di cuenta de que no estaba enfadada. Simplemente se sentía mal, incomprendida y harta. Harta de trabajar todos los días y para todos, harta de estudiar pócimas y hechizos, harta de que su gato negro arañara sus muebles, harta de lo indomable de su pelo y de su negro lunar.

Tooooodo le salía mal 

Pero ¡Qué va! Las tormentas tormentosas, la conversión en sapo, la cocción de salamandras y los filtros de amor le salían como a nadie... Y a mí eso me enamoraba

Así que, todo valentía, empecé a echarle flores una tras otra

Una la fulminó con su varita 

La segunda la convirtió en carbón 

La tercera en murciélago 

La cuarta se le escapó pero la pisoteó

La quinta se la comió de un mordisco

La sexta se mustió antes de llegar

Y así sucesivamente una tras otra 

Andaba yo lanzando las últimas cuando me lancé a correr como un suicida hacía ella.

A pocos metros, lancé las ultimas flores a la vez mientras (Croac) sentía un calambre y me convertía en sapo...

A ella se le congeló la carcajada en el rostro cuando las flores golpearon su cara

Instantáneamente su cara cambió, sus ojos dejaron de echar fuego, su rostro dejó de contraerse y la mueca de su boca desapareció...

“¿Qué es esto? ¡Contesta!” Me preguntó 

“Croac, Croac” le contesté yo en el mejor saponés que pude.

Ella suspiró y con un rápido movimiento me lanzó otro rayo

Rápidamente, como quien da la vuelta en una noria, recuperé mi aspecto.

Y ahora dime, me volvió a preguntar, “¿Qué-es-esto?”

“Son flores”, le contesté encogiéndome de hombros

“Son bonitas, de colores y huelen bien” dije yo todo sapiencia y sabiduría... vamos, que no encontré otras palabras.

Ella clavó su mirada en mí, yo me tensé esperando el rayo para convertirme en vete a saber qué... y me sonrió

¡Anda! Me sonrió...

Y como un perverso profesor de matemáticas preguntando el más difícil de los problemas dijo “¿Por qué lo haces?”

Y sin dudar le contesté, con cara de cordero degollado (que decía mi abuela) “Me gustas mucho, me gusta tu pelo negro, tus ojos grandes y tu boca expresiva” 

“¿Estás loco?” 

“No, enamorado”

“¿Y si te convierto en sapo?”

“Seré el sapo más feliz del mundo si es a tu lado ¿Me pongo a croar ya?”

Y en rostro su boca, sus labios se curvaron y mostraron en su sonrisa todo lo que aquella bruja tenía de princesa, que era mucho

Y desde entonces vivimos felices y comemos ensaladilla rusa y croquetas, que nos gustan mucho, aunque las malas lenguas dicen que perdices...

Y esta es la verdadera historia de por qué se dice que los sapos, si los besas, se convierten en príncipes. Ya sabéis que el boca a boca lo distorsiona todo, pero eso es la historia verdadera.

Y azulín azulado, esta historia se ha acabado

 


 



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