El extraño amor en los lugares inadecuados

A quién me pidió un cuento diferente
 

Es básico empezar un cuento, y este lo es, por el principio para entender la historia que se cuenta pero este, extraño como pocos, empieza por el final. Es tan rara la historia que jamás deberá ser contada sin su permiso porque, sí, solo tiene una protagonista destinataria.

Siempre se ha dicho que hay vida tras una canción, la de la persona que la interpreta y la de la persona que la escucha.  En cualquier cuento e historia que se precie también es así, por eso este cuento tiene un escritor y una única lectora y a ella va dedicado.

Termina en una estación, recorriendo los cien metros más difíciles que recuerde, asumiendo una despedida y aceptando lo posible mientras entierras lo imposible junto con tus sentimientos y eso que ya lo había ensayado la noche antes recorriendo un largo parking, tan largo como solitario, para que me diera tiempo de fustigarme con la realidad, terca y real. Tan largo como el trayecto que tuve que recorrer por calles solitarias hasta mi solitario hotel perdido en la nada. Pero no te confundas, no es una historia triste…para nada. Solo lo que no se vive se lamenta y uno está para lamentar pocas cosas a su edad. Tan solo si… bueno, eso dejémoslo para el verdadero final.

Esto es el relato del encuentro de dos personas, con el simple deseo de por medio y destinadas a encontrarse, lo que pasa es que equivocaron el lugar, el tiempo y las horas. Y al menos a una la salpicó de lleno el amor.

Ella me había llamado la atención desde el principio ¿Y a quién no? Si toda la belleza de su rostro, que es mucha, estaba al servicio de su sonrisa. No sé por qué, nunca me lo planteé o quizás sólo lo hizo mi subconsciente, pero solo me dediqué a conocerla o a entablar amistad o a desearla o a quererla o yo qué sé… Nunca tuve esperanzas de ser más que un amigo, eso es lo que el destino me deparaba. Al final, obligados a encontrarnos en esa ciudad tan real, me lancé al albero sin haber toreado nunca y con la muleta de mis sueños. Y ella aceptó, una cita formal, en serio y en persona, solo con el fin de crear, disfrutar y terminar una bonita historia corta y fugaz. 

Los caballeros siempre luchan por su princesa y a sus deseos se deben, no íbamos a ser menos, así que ella eligiera el lugar y el momento, la intención y el fin. Eligió el deseo, eso creo.

+¿Un plan loco?

-Como tú quieras - a puertagallola sin pensar en qué me metía.

+Vamos a un spa.

-A un spa…claro que si

+¿Has hecho nudismo?

-(¿Nudismo? Si que he hecho alguna vez pero no sé qué pinta aquí) Pues si ¿Por?

+Porque es un spa nudista

Dijo retándome a aceptar o a morir sin siquiera haber empezado. Y uno para vivir tiene que tener un motivo para no morir y mejor que ese…

-Vale (joder qué me pongo, debajo, qué llevo aparte de la ropa…)

+Si no quieres siempre podemos cenar…

Con cloroformo y unos cuantos tranquilizantes encerré rápidamente a mi conciencia en el fondo más oscuro que encontré. 

-No

+¿Estás seguro?

-Si, vamos al spa. 

+Te mando el enlace por si quieres verlo.

¡Y qué luz había en ese momento en la habitación, y qué bonito los pájaros cómo trinaban, y qué alto y guapo soy, y qué suerte tengo, y dónde estará el de los cupones que le compro uno ahora mismo!...

Y me dispuse a verlo… Pero esto no es un spa, esto es un local de intercambios, como aquel al que fui donde mi conciencia activó mi risa para que me echaran. Esa misma conciencia que , borracha de tranquilizantes, gritaba desde la oscuridad “¡Pagafantas! ¡Sujeta velas!”

-Esto es un local de intercambios, lo sabes ¿verdad? ¿Lo has visto no?

+No, tiene una parte de spa, tendrá otras cosas pero no…

¿Y quién era yo para discutirle a aquella chica tan dispuesta y tan informada nada con la poca experiencia que tenía en esos sitios, pues eso, nadie? (Dale un litro de whisky a la pesada esa -le gritaba a mi deseo para que acallar definitivamente a mi conciencia- Y de paso arréale un mamporro a la moral que no nos va a hacer falta)

Y entonces no pensé nada más, solo asumí después de la desbandada de mi racionalidad que aquella mujer me gustaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Solo fijamos los detalles, ella pidió puntualidad y recogerse a las 12, como Cenicienta (que digo yo que quién le mandaba a Perrault fijar esa hora y no las cinco de la mañana, que mira que estaba tonto el tío).

Durante esos días previos anduve trabajando como un loco para evitar pensar más de la cuenta y estropear el cuento.

Y llegó el día. En la estación de tren nunca habían visto correr a nadie como corrí yo, ni los del rentacar a nadie que preguntara tan poco y con tantas ganas de coger el coche, nunca se me había calado tanto un coche como ese día (y eso que era automático), ni mi Siri (fiel compañera de viaje) me había escuchado maldecirla porque no calculaba la ruta con la rapidez que le pedía.

A pesar de todo, iba muy bien, en hora… hasta que no pude aparcar acordándome de la poca previsión de aquel ayuntamiento por disponer de tan poco aparcamiento en esa ciudad de locos.

(¡A hacer puñetas, aquí mismo!) pensé mientras estacionaba en el parking más lejano que encontré, a un kilómetro de mi cita (me caguenlo en todo…)

(¡Siri a trabajar! Calcula la ruta más corta a pie) (+No he entendido la dirección) (¡Sirita no me jodas!) (+No encuentro  “nomejodas” entre tus contactos) (¡¡Siri quiero ir a…!!) gritaba como un loco suelto. (+Calculando…)

Ya estaba en marcha (ni un marchador olímpico vamos) cuando me llamó preguntado dónde estaba y cuánto me faltaba.

+Nada, aquí al lado (y al tiempo que colgaba hacia una cosa, otra más, que muy pocas veces había hecho: Correr)

Y llegué, la llamé porque no la veía…Si alguien conoce un concurso de atontolinados que me lo diga que me presento… Estaba Guapísima (siempre es con mayúsculas si te causa esa impresión) Abrigo largo, pelo suelto moreno tan reluciente como sus ojos, tan solo su sonrisa (lo sé, me repito) me impedía ir tras su escote. La vida puede ser maravillosa…

Tras las presentaciones.

-¿Dónde es?

+Es aquí al lado ¿Estás seguro?

-Si, vamos pero (es aquí cuando la conciencia dando un último grito le advirtió, por mi boca la muy gulandrona) es un local de intercambios, swinger -expliqué además con todo lujo de detalles incluyendo mi único paso por un sitio similar- (¡Ponedla en coma inducido! Que no se vuelva a levantar).

+Vamos.

Y allá fuimos.

+No abre nadie.

-Deja que pruebe yo (Con la conciencia en coma inducido y la moral rodando por la alcantarilla nada ni nadie podía impedírmelo).

Al abrir nos encontramos con un recibidor tan pequeño que apenas cabíamos los dos, detrás de un cristal blindado un enano musculado (esto no es un cuento políticamente correcto) nos preguntaba si queríamos entrar pero que, para la zona de spa, quedaban pocos minutos para cerrar. Desapareció o se bajó del mostrador, no lo sé, y dió paso a una compañera con acento machupichiano (lo repito, este cuento no es políticamente correcto y me estoy riendo hasta de mí mismo y esa fue la impresión que me causó)  que nos indicó amablemente otro local donde cerraban a las tres de la mañana, por si queríamos ir. Ese local solo tenía un problema: Yo ya lo conocía. Si, era del que te expliqué que me habían echado. Y no era por eso, es que me parecía cutre e indigno para ella. Si tenía que ser que fuera pero donde el local estuviera a la altura de aquella mujer, único motivo de mi existencia en ese momento. Así la veía yo. A pesar de todo cogimos un taxi, ella se empeñó, y nos dirigimos al local.

Nos sentamos separados en el taxi, en mi interior empezaba a cantar Serrat (“Los Formales y el Frío” basado en un poema de Benedetti, nota del autor) que no dejaría de hacerlo en casi toda la noche. No sabía si darle la mano, si abrazarla, si besarla allí mismo o si debía decirle al taxista que nos llevara al sitio más bonito que encontrara.

Ella lo eclipsaba todo y todo era ella.

Tras disimular ante el taxista encontramos la puerta del local, yo lo recordaba, que no había cambiado mucho. Fue entonces cuando la besé, con la excusa de no entrar sin apenas habernos rozado. Fue…algo que recordaré toda la vida, no existía más que la calidez y la suavidad de sus labios, nos buscábamos y jugueteábamos a intercambiar con nuestras lenguas el deseo de uno a otro, recorrer su cuello era acariciar algo tan suave y placentero como comer crema (que mejor para mí, con mis dulces vetados que esa sensación)… 

-¿Sigues queriendo entrar?

+Creo que no.

-¿Seguro?

+No, vamos a otro sitio.

Por aquel entonces Serrat cantaba a grito pelado el estribillo de su canción.

Y yo ya mezclaba mis ganas de tenerla con mis ganas de amarla.

Nos dimos la mano, más bien se la dí yo mientras ella, guasona o asustada (vaya usted a saber), me decía:

+¿La mano también?

-Si, la mano también.

Y nos fuimos buscar un lugar donde entregarnos el uno al otro, de copas se dice eufemisticamente, y como no conociamos lugares así en aquella ciudad nos fuimos a buscar uno.. Tan torpes que cogimos la línea más larga del metro, la circular, y nos bajamos en la estación donde yo suponía que algo encontraríamos.

No sé si a ella le importó mucho, creo que no más que a mí, porque nos permitió descubrirnos el uno al otro contándonos desde lo más trivial a lo más personal.

Anduvimos otro rato sin encontrar nada, es difícil encontrar un lugar para dar rienda a tus ganas de amar. 

Primero encontramos un bar, nos sentamos y al primer beso nos indicaron que tenían que cerrar. 

La hora de la maldita Cenicienta del tonto de Perrault se acercaba peligrosamente.

Pero casi enfrente encontramos otro bar o eso parecía. Era estrecho, bastante ajado por no decir cutre, con una señora mayor con rizos de permanente rostrosa y con más acento eslavo que Putin, acompañada por un parroquiano renegrído y mal vestido, talla mini, primo de la del spa. Le preguntamos si cerraban en ese momento y nos dijo que no, que abrían.

Le pedimos dos Coca Colas y la señora, amablemente, nos dijo que “todo lo que se toma aquí son diez euros”

Entonces caímos en la cuenta, por si no habíamos tenido suficiente con los spas y la búsqueda infinita de un lugar, de que solo nos faltaba esto, un lugar así… Creo que en ese momento los dos pensamos igual, que qué nos importaba el lugar si estamos los dos, para los dos y con ganas de fundirnos el uno en el otro. Allí nos quedamos.

Mientras Serrat terminaba su canción, a la que había tenido que añadir alguna estrofa de su invención, Sabina cantaba por detrás “Una canción para la Magdalena”. En realidad poco importaba, hubiese podido sonar la Novena de Beethoven, porque cuando está uno en el otro, recorriendo cuerpos, lanzando manos, entremezclando labios, besando y acariciando, cuando estás hablando de todo y de nada, cuando todo te interesa y todo lo aprecias, cuando crees conocer al otro, cuando lo amas…. poco importa. Nada hay más grande, nada más dulce, nada más intenso, nada más que sentimiento. Memoricé asombrado el mapa de su cara y de su cuerpo como quien cuenta y descubre estrellas, la quise como nunca y la amé como pude…

Más tarde, cuando “La asquerosa Cenicienta del idiota de Perrault” se hizo cargo de la situación, la acompañé a la calle que conducía a su casa. Mis peticiones para pasar la noche perdido y entregado a ella eran ya suplicas que iban siendo superadas por la noche que traía de su mano a la realidad. Como un ladrón la seguí, ella no me dejó hacer otra cosa, hasta que la perdí de vista; sabía que ahí la perdía como amante de aquella noche extraña y peculiar.

No lloré, porque no puedo, algo anestesia mi corazón en esas circunstancias. Con todo y con eso entré a cenar algo, eso si lo sabe la lectora pero no lo que viene,  fue cuando estaba haciéndolo cuando un pobre macarra de mierda acudió a mi mesa y, atento a cómo buscaba mi jeringuilla, confundió mi aspecto y mi intención. Solo le dió tiempo a tambalearse hacia atrás con toda la fuerza de mi frustración señalada en su cara. Al acudir el guardia de seguridad me marché, el otro debía de ser un habitual en esas lides, y sin cenar tomé un taxi. El resto forma parte del principio, el largo y solitario parking…

Al día siguiente, con sus instrucciones grabadas a fuego y la determinación de cumplirlas, hice todo lo posible y lo imposible por no mirarla, por no rozarla…debía de disimular en aquel tostón de reunión. Creo que lo logré aún a riesgo de ser descortés porque entendí que era preferible. Comimos juntos si, hablamos si… y volví a  acompañarla en una despedida que se me antojó eterna. 

A ella, en la estación antes de irme, le expliqué lo que sentía  pero uno es tan torpe hablando de sentimientos como pronunciando el inglés. Torpe, atropellado e ininteligible. No sé si se enteró o igual es que no quería ni oírme

La ví marchar al andén y después, recorriendo los cien metros más difíciles que recuerde, asumiendo una despedida y aceptando lo posible mientras entierras a lo imposible junto con mis sentimientos me marché.

No tengo su versión de los hechos, ni he pretendido asumirla, ni sé si este es el final del cuento o el principio de otra historia diferente… ¡vaya usted a saber!.

Solo sé que esto es un cuento, aunque más largo que un testamento, más largo que la Biblia en verso.

A mí me resulta imposible compartimentar mis sentimientos, no tengo sucedáneos ni sé ponerle otros nombres. Como dice ella, es que soy muy intenso.

Sin sustos y sin esperar nada a cambio solo diré que la recuerdo, sin penas ni añoranzas, ni aspavientos y sin comprometer su vida. A la mierda Serrat y sus lamentos (“y a pesar de esa veta de amor desprevenido, usted sabe que puede contar conmigo”) Ojalá la vida vuelva a juntarnos, mientras, nos mantendremos en la distancia.

Solo me pregunto por qué lo hizo, que pensaba o qué quería o qué faltaba en su vida, si yo le importaba de veras o no.

Solo espero, como ella me dijo, que sea feliz y que haga lo posible para ello. 

Poco importa cómo sea, la quiero imperfecta para hacer perfecta mi vida.

Un beso apasionado y extraño, como nuestra noche, para tí protagonista inventada de esta historia.

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