El Vino

El arte de siglos en la elaboración de la fermentación de un zumo

Él observaba el color a contraluz mientras sus dedos palpaban aquella superficie fuerte, lisa y uniforme; parecía mentira que aquel fruto tuviese el poder de crear una cultura, un modo de vida y el placer, al mismo tiempo, en los hombres.

Apretaba poco a poco hasta conseguir que quedara aplastado entre sus dedos mientras aquel jugo caliente, pegajoso y dulce cubría su mano. Una sensación agradable cuando bebía de él mientras su olfato se llenaba de un olor con una fuerza y aroma tal que parecía tan solido como su zumo.

Lo que hacía un chico de ciudad estrujando una uva en medio de un campo lleno de viñas es algo solo comprensible por la servidumbre del amor a una mujer, aquella chica que le había robado tanto el sentido como el vino que criaba su familia, porque es eso lo que se hace con un vino, se le cría como a un hijo.

Nunca había tenido una experiencia semejante, tanto trabajo físico, en mitad del campo, tan poco estresante como duro. En los campos se esforzaban los hombres con sus máquinas, cada vez más precisas y humanas, sacando racimo tras racimo en lo que era el principio de todo el proceso.

A él le gustaba más estar en la bodega, que había imaginado como una sucesión de barricas, naves oscuras y frías donde solo cabía esperar la fermentación y la crianza del vino, porque de eso se trataba, de vino. Por eso le sorprendió tanto aluminio y tanto tubo, aquellas factorías donde términos como Ganímides, termo vinificación, remonte, taninos y fermentos no parecían estar destinadas a algo tan ancestral.

Poco imaginaba que cada vino tiene un alma, poco imaginaba que cada uno de ellos estaba hecho con el alma de los hombres, con sus anhelos y esfuerzos.

Y luego estaba ella. Había desarrollado la curiosa habilidad de perderse en su cuerpo, de recorrerlo poco a poco buscando entre sus curvas y los pliegues de su piel la felicidad. No había persona más miope que èl entre sus brazos, carente de cualquier sentido que no se centrara sólo en ella. Igual que una uva entre sus dedos, tersa y fuerte, hasta que su jugo dulce, sabroso y pegajoso lo hacía aún más parte de ella.

Èl se embriagaba de ella, no del vino. Este no era más que el hilo conductor de su  atracción y se preguntaba cuántas de aquellas historias se habrían rodeado de èl, color, cuerpo, bouquet, aroma... los mismos encantos que una mujer, quizás por ello.

A veces le gustaba mirar las vides alineadas ocupando el campo y las imaginaba como las vidas de los hombres, ordenadas pero cada una de ellas marcando su propio destino, como las vides llenas de requiebros y para nada rectas.

Un mundo y un espacio nuevo donde vislumbraba su nueva vida.

Había estado marcado por una existencia monótona y dirigida hasta convertirse en lo que se suponía que debía ser, pero ahora...

¡Ahora tenía tantas dudas! Le gustaba la vida que había probado, con su tranquilidad, simplicidad y sencillez. No alcanzaba a verse otra vez tras una mesa en un bosque de hormigón y cristal. Él sabía que en esta vida encajarían los puzzles de sus vidas como uno solo. Ella y él con el cielo ante sus ojos y la tierra, roja y compacta bajo sus pies como un simil de su felicidad.

No lo pensó más, aquella tarde definiría su vida definitivamente.

Se embobaba mirándola, caminando junto a él tan guapa, morena, con esos rizos que lo atrapaban hacia su cara, con esos ojos que le permitían asomarse a su alma, con aquella sonrisa de tantas palabras.

“Creo que quiero estar contigo el resto de mí vida”

Ella rió. “¿Crees solo? ¿De tu vida o de nuestra vida?”

Por intentar ser ocurrente le habían borrado las palabras como un vendaval, certera y rápidamente.

Ella, viendo que en su cara se enredaban sus intenciones, quiso ayudarle.

“¿Y eso? ¿Qué ha cambiado? No me dirás que es el pueblo.”

“No lo sé, puede que lo sea o puede que sea algo más. Aquí todo es más fácil y todo gira alrededor de cosa muy tangibles, seguras.Nunca había estado en el campo y menos en una vendimia. Nunca había visto la vida dirigida en un único sentido, con la gente tan esforzada como feliz. Siempre te he querido pero igual necesitaba esto para darme cuenta”.

“A ver si te has enamorado del vino” apuntó socarronamente ella para hacerlo dudar...O reafirmarse.

“Es posible que si, solo te conozco en terrenos seguros, dentro de la rutina ciudadana y aquí dependemos de tanto... El sol, la tierra, las vides, el clima. Y luego todo este proceso, estos espacios que marcan los cultivos, con sus estaciones, con sus estados tan diferentes en el tiempo”

“¿Estás seguro? Esto no es siempre sol y alegría, estás viendo la parte fácil. ¿Qué haremos en invierno cuando se hieren las plantas y nuestras vidas, cuando se ralenticen esperando y sin saber qué destino nos depara”

“Vivir. Querernos y vivir sin más, acoplar nuestra tiempo a este mundo. Crecer lentamente, disfrutar de nuestros frutos, envejecer y ser felices”

“Como el vino” interrumpió ella

“Como el vino” afirmó él.

"Si Dionisos no estaba destinado a descubrir el cultivo de la vid y la crianza del vino y fue después de su locura cuando lo descubrió ¿Por qué no cambiar nuestra locura por esto? Dijo abarcando con sus manos todo lo que veía."

“¡Estás loco!” Rió ella

“Igual que Dionisios, pero por ti. Desde que un día desperté y me encontré huérfano de tu calor y tu compañía entendí que debía estar contigo, y este es el lugar perfecto”


 

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