La Chica abandonada

Allí estaba mirando las olas. No le importaba el temporal ni la lluvia que la empapaba, que se mezclaba con las lágrimas que brotaban sin parar.

La mente bloqueada, exhausta de tanto pensar. Lo había visto con su sonrisa de suficiencia y de control, pensándose dueño de su alma y de su cuerpo. 

Esa sonrisa le provocaba tanta rabia que la mandíbula le dolía de apretarla, por no poder desatar la ira.

La culpa y el miedo impregnaban cada poro de su piel y se sentía pequeña, indefensa y vulnerable.

Miraba las olas y pensaba que ellas no temían nada, fluían a su antojo en ese mar inmenso y desbocado.

Y quiso ser ola, dejarse llevar por la tempestad y las corrientes y romperse con fuerza contra las rocas. 

Quizás, una vez rota, ya no sentiría tanto y ya no estaría exhausta.

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