La Compañera del Parque
 

Dedicado a una asesora fiscal muy literaria, lectora empedernida
 

No es que fuera una época mala, simplemente la vida tiene días mejores y peores y, cuando te toca uno malo, siempre buscas algo o alguien a quién asirte. De pequeños a la mano de tu padre o de tu madre, a ese abuelo que te quiere, a esa abuela que te mima o a aquellos tíos que te quieren como a un hijo.

Era uno de esos días y, como ya uno no es un niño, naufragaba dentro de los problemas que aquel día planteaba. Ni grandes problemas ni pequeños, solo los que te estropeaban el día.

Había terminado de trabajar y no me apetecía ir a casa, no había nada que me atrajera y mucho menos nadie que me esperara.

No me apetecía ir de bar en bar y decidí pasear. Y anduve anduve hasta que, perdido en mi cabeza, me di cuenta que estaba cansado y aquel banco del parque era tan bueno como cualquier otro, ni siquiera me fijé en que estaba ocupado y me senté en uno de los extremos. A fuerza de pensar dejas de hacerlo y, de pronto, te das cuenta de lo que te rodea. La que se sentaba a mi lado era una mujer enfrascada en su libro, sus cabellos, de indomables rizos, caían sobre su cara e impedían verla. Era alta a juzgar por sus piernas y sus brazos, no habría sabido decir en ese momento si era guapa o fea. Decidí, más por cortesía que por otra cosa, saludarla.

-Buenas tardes, se está bien aquí ¿verdad?.

+Buenas tardes, muy bien. Se respira tranquilidad. Aunque usted no parece necesitarla.

-Bueno, no se equivoque. He tenido un día de perros.

+Dudo mucho que un hombre con su aspecto de seguridad pueda inmutarse por un día malo.

Jolin con la vecina de banco, al poco ya me estaba haciendo una radiografía, eso si, con una sonrisa.

Y era curioso, su sonrisa sí que transmitía sosiego. Tenía la boca grande, labios carnosos  pero, sobre todo, lo que más llamaba la atención eran sus ojos. Eran increíblemente azules, y no eran esos ojos azules a los que estás acostumbrado. Esos ojos que se enmarcan en una cara dulce de rasgos finos, como de muñeca. No, no era esa su cara. Su cara era… cómo salvaje, como esculpida en rasgos firmes, rotundos que, sin embargo, perdían toda su fuerza al combinarse con sus ojos. Era una impresión curiosa, que te atraía pero no para lanzarte en sus brazos. Te atraía para quedarte con ella, disfrutar de su compañía, de la paz que transmitía. Una presencia que prometía besos y abrazos, tímidas caricias, cautivarte lentamente con palabras y sonrisas.

+Disculpe soy una entrometida, ni siquiera le conozco. Igual le he molestado.

-Al contrario, más que molestarme me ha sorprendido. 

+Bueno, sorprendido es una manera de decir "molesto por esta cotilla".

-No por favor, no sabe usted la serenidad que transmite. De pronto desaparecen los problemas y no sé ni cómo lo ha conseguido.

Permítame preguntarle ¿Qué lee? Igual es eso.

+Me temo que nada interesante, solo normas tributarias.

.-¿Para la renta?

+Para la renta y otros impuestos.

No me jodas que había dado con un inspector fiscal ¿Pero es que Hacienda tiene armas secretas o qué?

+Descuide no soy de Hacienda, que veo que le ha cambiado la cara.

-Ni que fuera transparente, tiene usted un don.

Y de esta manera empezamos a hablar, como conocidos de toda la vida, como si la confianza la hubiésemos traído los dos de serie a ese banco del parque.

Y de aquella manera decidí que debía perderme en esos ojos, por lo que transmitían, por lo que me hacían sentir, me hacían sentir bien. Un máster de cómo mejorar tu día y deshacer tus problemas solo con mirarlos.

Un diario secreto donde confiar tu alma.

Así que, día a día, me acostumbre a visitar ese parque, ese banco y a aquella mujer.

Descubrí que era sorprendentemente alta, diría que casi desgarbada. No disimulaba sus encantos ni con ropas, ni con perfumes, ni con maquillaje. Era sencillamente, y nunca mejor dicho, encantadora. Era una encantadora de almas, una sirena sin canto y llena de palabras. Una Ariadna sin música que te atraía con su voz calmada y sus silencios. Siempre comedida, con la palabra adecuada desarmaba cualquier enfado, cualquier desilusión y cualquier desánimo. Así era ella, así se convirtió en parte de mi vida .

Día a día se hizo inseparable de mi vida hasta cuando no estaba. Casi siempre nos encontrábamos en el Parque, otras veces en un café, otras simplemente paseando.

Un día, deseando que no desapareciera de mi vida, me lancé a hacerla mía, en el sentido más amplio. Le confesé que no podía vivir sin ella.

-Sabrá que espero cada día el momento de estar aquí, que no puedo pasar sin tu presencia, que no puedo dejar de imaginar qué sería de mi vida contigo. Creo que sientes lo mismo.

+Es posible que sienta lo mismo, pero creo que es imposible que sea para tí. 

Dijo, y yo sabía que mentía. A esas alturas estaba doctorado en cada expresion de su rostro.

-Sabes que es así.

+No lo creo, mañana lo entenderás.

-¿Mañana me lo explicarás?

+No, eres muy listo y no te hará falta.

-Y dale con tu táctica de encumbrarme a los altares sin ser santo, de admirarme sin merecerlo.

+Mañana lo sabrás.

Y así quedamos. Al día siguiente armado con un ramo de flores y ensayando cómo decirle lo que significaba para mí, buscando las palabras y encajándolas como en un puzzle, buscando la combinación que sirviera para conquistarla, deseando expresar lo que sentía aparecí en el parque. 

Y no apareció, no, no lo hizo. Ni ese día ni los siguientes aunque, terco como una mula, no dejaba de ir a la misma hora todos los días.

Me contenté con sentarme, con pensar, con mirar el paisaje, con escuchar cada pájaro, con olvidar mis problemas, con dar paz a cada día… Y entonces lo comprendí. 

Nunca había sabido quién era ella, hasta dudé que hubiera existido, solo que me enseñó a disfrutar de la vida, a dar importancia a lo que importa, a olvidar cualquier tontería, a apreciar lo bueno y despreciar lo malo.

Aún no sé si soy listo o no, pero si sé que como ella decía, lo había entendido.

Y sonreí, como tributo, y nunca mejor dicho,  a su sonrisa. 

Y lancé mis silencios al aire como ella lanzaba sus palabras.

Y disfruté de la vida como nunca antes había disfrutado.

 


 

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