No todos los héroes llevan capa, algunos hasta calzoncillos llevan
 

Calzoncillos, esa fue la primera palabra que se le vino a la mente cuando vío la montaña.

A veces el cerebro hace extrañas conexiones...

Era una montaña muy abrupta.

Y los calzoncillos le apretaban.

Asi que se desprendió de su pantalón lino y rayas.

Se quitó los calzoncillos, se los puso en la cabeza para protegerse del sol y se dispuso a subir.

Por la lejana montaña, va cabalgando un jinete... ¡¡El tú jinete!! Ya le gustaría mientras andaba y su lengua amenazaba con limpiar el suelo.

¡Vaya pinta! Calzoncillos en la cabeza, resoplando como un buey...

¡¡Vaya héroe de cuento!!

Todo por buscar la rosa esa de Alejandría, que solo florecía en lo alto de la montañita esa más empinada que la cuesta de Enero de un parado.

Lo que no sabía es que la florecita estaba custodiada por una bruja, hechicera, malhablada y malhumorada.

“¿A dónde carajos vas?”- le gritó a nuestro héroe-

Mirando sus gallumbos en la cabeza pensaba “Oiiioiiii... A este lo convierto en sapo sin preguntar ni nada”.

“Solo vengo buscando una flor, para mi amada, la más rara que pueda conseguir”.

“¿Con el trapo ese en la cabeza?”.

“Me apretaban”.

“Que parece que te has puesto los calzoncillos...¿¿¿que te apretaban???... ¡¡Serás marrano!! Acércate muchacho, pero antes quítate el “yelmo” de la cabeza”.

Una vieja solitaria de la montaña, que no ha visto un hombre a saber desde cuando, se le presenta un maromo con los gallumbos en la cabeza.

“Me voy a por la varita y este se entera, vaya si se entera" ¡¡¡Ven pa'ca mooooozoooo!!! No me hagas ir a buscarte que es mejor que vengas solo”.

Con acento maño, porque esta bruja era maña, fue hacia él varita en mano con la falda arremangada.

Y el mozo, que poco a poco va recuperando el resuello, le dice:

“Señora no se confunda, que no es un cachirulo, no me cante la jota”.

El mozo olvidó a su amada y la flor que tanto anhelaba, empezó a correr montaña abajo, sus  calzoncillos ondulándose al viento.

Aquello que cuelga "pá" un lado y "pal" otro con la carrera se le enredaron en una rama y volando cayó de espaldas todo lo largo que era

La vieja que aprovecha el momento para engancharlo.

Y allí estaba, acorralado, con la varita apuntándole a la nariz, con la vieja hechicera dispuesta a lanzarle su peor hechizo a ritmo de jota.

Entonces se puso a cantar, su última canción:

“No, no somos ni Romeo ni Julieta, ni estamos en la España medievaaaal”.

La vieja recordó a Karina, se acordó de cuando en el Certamen de Jóvenes Brujos del año 50, Gargurio III se la cantaba.

Conmovida, le tembló la varita, con un hábil movimiento enrolló los calzoncillos en ella, los lanzó al viento y con un grito infrahumano, que solo puede lanzar una bruja maña y mala, los convirtió en rosa... en Rosa de  Alejandría.

Y dándosela a nuestro héroe, le dijo:

“Anda tira "pá" abajo que hoy me coges de buenas”.

Y así fue como nuestro héroe casóse con su amada.

Y fueron felices y comieron langosta y jamón serrano.

Que las perdices se crían en el monte y no quería saber nada que le recordara a la bruja.

Calzoncillos, de calzoncillos a rosa.

Vaya cosa. 

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