La Darbuka

A Gon Del Van, que lo esbribió conmigo. A su pasión por escribir

Érase una vez, que no dos, porque no hay dos sin tres...

En un lejano país, siempre lejano y nunca cercano, vivía una Princesa (que siempre atrae más que una plebeya) cuyo exótico e imposible nombre, para que no se nos olvide era Alegría.

Alegría, en realidad, no era alegre pero para hacer honor a su nombre siempre sonreía.

Alegría era una rica heredera, tenía todas las cosas materiales que podía imaginar, las cuales tendía a ignorar. 

Rodeada de riquezas y con su sonrisa fingida, en sus momentos de silencio se preguntaba si el peso de su nombre era demasiado grande para ella.

Alegría quería bailar, pero las normas de Palacio no lo permitían. Así, que cuando entraba la noche y el Palacio dormía, salía a sus jardines y allí, en soledad, bailaba...

Bailaba descalza. Recibía la vibración  del suelo con sus movimientos y la energía de la tierra.

Con las primeras notas, era un movimiento tímido en sus pies, apenas sus dedos y los tobillos. Pero poco a poco su cuerpo reaccionaba y comenzaba la verdadera danza, porque ya no pensaba. Su cuerpo fluía con la música... los crótalos,  su velo envolvía su cuerpo para deshacerse otra vez en el viento. 

Bailaba con todo su ser, desde el alma hasta el cabello, que también volaba con sus giros, ochos, chimis y los golpes de sus caderas.

Esa danza le recordaba que seguía viva, que después de toda su resistencia y su intento de control sobre las cosas, seguía teniendo la capacidad de sentir (y no siempre tener una sonrisa forzada) y que sólo ella misma podía hacer salir toda esa energía de su cuerpo y sonreír de verdad, con esa sonrisa que sale sola... Sin forzar

Cuando la percusión daba su último golpe y el sonido se disipaba en el aire, recuperba la cordura y su sonrisa fingida; sólo por un tiempo, hasta el siguiente golpe de darbuka.

 


 

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