EL TÍMIDO BANCARIO
 

Entre sus manos los papeles bailaban, él no sabía dónde mirar sin que se descubriera lo que sentía. Siempre le delataban sus ojos.

Ella lo observaba curiosa, esperando que terminara de atenderla. Estaba un poco harta de ir una y otra vez con mil y un papeles ante aquel hombre. No es que fuera antipático o desagradable, ni siquiera parecía un incompetente, pero le molestaba tanta tardanza y tanta burocracia.

Poco sabía que él lo único que intentaba era tenerla cerca, sin atreverse siquiera a dirigirle la palabra fuera de sus solicitudes de documentos incongruentes y de detallar normas farragosas sólo destinadas a tenerla cerca, enfrente.

Era triste... Pero su voz se desvanecía con tan solo imaginar un saludo, con intentar entablar una conversación.

Él solicitó su firma, tendiéndole tembloroso su bolígrafo, ella lo recogió extrañada pero sin imaginar qué podía pasar por su cabeza.

Cuando se los devolvió y aquel manojo de nervios los esparció por la mesa al intentar colocarlos, quiso apartar de su cabeza lo que ya empezaba a pensar.

Él se sentía tan avergonzado como azorado y solo atinó a decir un débil “lo siento” mientras era incapaz de ordenar aquel desastre.

Ella se acercó, acercó sus manos para ayudarlo. Solo quería terminar cuanto antes. Tenía cerca sus manos, tenía cerca sus ojos. Esos ojos que no sabían mentir y que mostraban sus sentimientos tan nítidos, mostraban su alma tan transparente como el agua.

Y se cruzaron, él no lo pudo evitar. No pudo evitar clavar sus ojos en los de ella, mirar su boca, mirar sus ojos, desear mirarla, desear besarla, desear acariciarla, desear decirle lo guapa que era.

Ella recibía la andanada de su mirada, la sonrisa que nunca había visto, percibía su deseo, su cariño, su amor parecía tan ardiente y a la vez tan delicado... Nunca le habían hablado con esa mirada, jamás le habían acariciado sus manos como con aquel simple roce, nunca nadie había mostrado tanta atención y cariño con tan pocos gestos.

Él intentó hablar y casi le sale un gruñido ronco, la boca seca.

Ella puso su dedo sobre sus labios y, guasona, tan solo le dijo.

“Pst!!!, deja que hablen tus ojos, deja sueltos tus labios. Tan solo vente conmigo, vamos. Deja que las palabras ocupen su sitio entre los dos, creo que tenemos toda la vida para pronunciarlas”

Y juntos, de la mano, se marcharon a montar su vida, a descubrir sus sentimientos y a dejar que el tiempo agrandara su amor

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