En medio del silencio, aún retumbaban sus palabras.
Aquellas palabras bonitas llenas de requiebros, piropos lanzados al aire para enamorar corazones, para embelesar conciencias, para vencer voluntades y crear dependencias.
A él no le importaban ni sus ojos, ni su boca, ni su cuerpo... ni siquiera su gracejo... Solo sus palabras:
“¡¡Estás pá chillarte!! ¡¡Qué no me entere yo que ese culito pasa hambre!!!”
Mi amor, mi bella Dama, tan sutil y expresiva a la vez.
¿Cómo no voy a quererte mi bien si siempre me lanzas “Ven que te llevo a lo oscuro y te vacío como un tubo de Colgate”?
¡Ay cómo quiero a mi dulce pastelillo de crema, a mi hermosa rosa!.
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