Su rostro no refleja amargura, ni desazón, ni alegría.
Todo emana de la serenidad tersa de su piel.
A todo conducen los verdes esmeralda que guardan las puertas de su alma, aún resguardados tras esas ventanas que realzan su rostro hasta atraer y atrapar tu mirada.
La leve curva de sus labios solo promete ternura, cariño y confianza a quien se atreva a seguir su rumbo y a quedar preso bajo el sosiego de la perfección de su rostro.
Así es ella, serena y dulce.
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